Doce Notas

Polifonía ibérica y literatura organística a orillas del Vístula

notas al reverso  Polifonía ibérica y literatura organística a orillas del Vístula

Collegium Palestrinae

Los 48 registros y la acústica de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, el mejor recuerdo sonoro de esta interesante cita con no pocos alicientes. En primer lugar por desterrar al órgano del género escultórico, reivindicando su función musical. ¿Cuántas veces al ingresar en una iglesia admiramos el porte del instrumento sin apenas preguntarnos cómo debe sonar? En segundo, porque programar conciertos de esta índole no tiene porque conllevar necesariamente otro “más de lo mismo”.

El organista Henryk Jan Botor, en las alturas; el recitador Tadeusz Malak a ras de suelo, junto al altar. No se ven las caras, una nave de cruz latina los separa. Hileras de bancos, no pocas vacías, entre el altar y la tribuna del pórtico. A penas unos cirios iluminan el templo. Cae la tarde, las vidrieras marchitas se vuelven opacas. Textos del dramaturgo polaco Slawomir Mrozk, fallecido el pasado año, levitan en la basílica impostados desde la laringe de Malak. Botor, toma nota mental, y cuando la voz descansa, templa los 48 registros de la consola. Sus dedos deambulan por el teclado a su antojo, en un hermoso maridaje de literatura, música y liturgia.

Una a una. El candelabro de siete velas alumbra, a cada fragmento, un poco más. Siete textos y siete improvisaciones. El último de los mismos, el único que servidor medianamente alcanzó a entender, trata de un funcionario perezoso que no se conforma con el día de asueto semanal concedido por el Señor, el famoso séptimo día. Sirviéndose de excelentes dotes persuasivas, va consiguiendo que el patrón le reduzca la jornada hasta que los siete días de la semana son todos festivos. No contento, el burócrata llama indignado al Señor y le solicita un octavo día.

Un día antes, el viernes 30 de mayo, día laborable por lo tanto a efectos del calendario apostólico romano, se citaron en la Filharmonia Krakowska a la misma hora el organista Roman Perucki y el gran pianista polaco Janusz Olejniczak. Y digo bien, a la misma hora porque ambos solistas compartieron protagonismo simultáneo en platea. Concretamente en tres obras de un atípico programa. El Dúo para piano y órgano op.16 de Alexandre Guilmant, el Preludio, Fuga y Variación para órgano op.18 (y piano en esta ocasión) de César Franck y la Sonata en do menor op.94 de Julius Reubke. Quizás el ‘invento’ no fuera todo lo satisfactorio que prometía. De todos modos, no deja de tener enorme atractivo escénico reunir en escasos metros al piano y al órgano. Un binomio poco explorado. La 48a Semana del Órgano permitió dar voz al órgano filarmónico, el cual, como otros tantos órganos, ha sido relegado durante años a mero decorado. Cuántos convidados de piedra en tantos templos musicales y religiosos.

La monumental Bazylika Mariacka del Rynek de Cracovia, recuerda en su interior un poco a la Stephansdom de Viena, eso sí, a menor escala. Joachim Grubich y Jozef Serafin cerraron el pasado domingo 1 de junio el festival. Los veteranos organistas polacos rindieron homenaje a su mentor y maestro, Bronislaw Rutkowski, notable solista de la primera mitad del siglo XX, alumno de Vierne, que murió el 1 de junio de 1964 frente a la tumba de Johann Sebastian Bach, en la Thomaskirche de Leipzig, cuando ensayaba con motivo del homónimo concurso.

Con motivo del 50 aniversario de tan vocacional deceso, interpretaron obras de Vierne, Franck, Bach y Liszt, amén de músicos polacos como Mieczyslaw Surzynski y Marian Sawa. Muy probablemente Grubich y Serafin ejercieran mutuamente de Notenwender, en las partes que no tenían que vérselas ni con manuales ni pedales. La magnificencia de estos instrumentos oculta, cuando menos ningunea, a su intérprete. Lo deja casi en evidencia cuando se asoma a la balaustrada para corresponder así al tributo del público. El mismo que durante más de una hora le ha dado literalmente la espalda.

Polifonía española en Cracovia y contrapunto en Wroclaw

A la semana, coincidiendo con el primer arreón veraniego, el cronista, en pos del aire acondicionado más ancestral y purificado, se recoge de nuevo en La Iglesia del Sagrado Corazón. Gracias a la intercesión del Instituto de Cervantes y el contrastado oficio de los coros Collegium Palestrinae y Leger Artis, la iglesia jesuítica se convirtió por espacio de una hora en embajador musical de la polifonía española. Dirigidos por Michal Staromiejski y Agnieszka TrelaJochmek, los dos rescataron varios pasajes capitales de la música sacra española.

De Tomas Luis de Victoria a Javier Busto, cinco siglos de primor vocal y declamación latina. Una vez más se confirma que no hay como salir de España para descubrir la polifonía española del siglo XVI. Minoritario es el interés que despiertan Morales, Guerrero y Victoria entre sus paisanos del siglo XXI. Me aplico el cuento, después de escuchar el Magnificat sobre el Tercer Tono de Cristóbal de Morales en la versión del Collegium Palestrinae, tendré que dedicarle más atención al maestro sevillano. Nada que envidiar a sus coetáneos franceses, italianos y flamencos. Acaso, a la inversa.

El otro gran descubrimiento dominical, la miniatura O Crux de Ferran Sors. El coro camerístico Lege Artis lo envolvió en espiritualidad de adormidera, esa ensoñación propia del menguante repertorio sacro del Romanticismo. O Crux, ¿quién habría sospechado, tras esa dramática exclamación, semejante reposo?

En la parte final, descubrimos también la faceta compositiva de Pau Casals. Pura expresión y economía de medios (Salve Regina y Vos omnes) y al contemporáneo Calixto Alvarez. Prueba, todo ello, de que la música vocal de nuestro país, fuera de nuestras fronteras, no es tan ignorada como sospechamos.

Wroclaw conserva indemnes varias iglesias de bella factura prusiana, donde se siguen celebrando regularmente misas en alemán. Su luteranismo salta a la vista nada más irrumpir en la nave oval de la evangélica Providencia de Dios. Paredes diáfanas, blancas, despojadas de ornamento alguno. Bancos de obra y misales pautados. En este marco de pulcritud, apenas una veintena de oyentes gozamos de una versión más que digna de El arte de la fuga. El clavecinista Marek Pilch y sus jóvenes alumnos Tomasz Bonikowski, Katarzyna Drogosz y Malgorzata Klajn, se repartieron (a cuatro, seis y ocho manos) la quincena de contrapuntos.

Sucede a menudo, que los conciertos más accidentales terminan haciéndose un hueco en el imaginario del cronista. Aquellos encuentros inesperados, en los que, de repente, sin planificarlo o sin otorgarle mayor ceremonia, uno termina dejándose atraer por las luces litúrgicas encendidas a horas intempestivas o por anuncios modestos, que vaticinan un concierto-compromiso para vecinos y familiares. Acostumbran a ser citas poco concurridas y en ellas se inciensa, no pocas veces, una atmósfera muy íntima de sincero fervor musical.

En la Peterskirche de Leipzig, recuerdo haber escuchado la Fantasía para cuatro manos de Franz Schubert. No recuerdo quién tocaba, ni que otras obras había en el programa. Sí recuerdo que, una fila más atrás, un apuesto y locuaz latino, venezolano o argentino, quedó fascinado por el magnetismo de la obra. Así se lo hacía saber, entusiasmado, a su acompañante al término del mismo. Su cita nocturna empezaba bien.

Istvan Szabó también se prendó de esta visión schubertiana, con la que impregnó de noctámbula y desolada quimera su colosal filme Sonnenschein. Algunas escenas del mismo, son dignas de formar parte de la antología del cine. A veces pienso, que el venezolano se llamaba Pablo, como el Pablo del Steppenwolf. Y el organista emérito de la Peterskirche, al que nunca oí tocar, vive confinado y meditabundo en un par de capítulos del Demian.

Salir de la versión móvil