Doce Notas

Metonimias, lugares comunes y otras licencias poe(riodís)ticas

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De hecho, estamos más expuestos a la medioesfera que nunca. Creo no exagerar si afirmo que millones de personas dedican más horas a sus gadgets, que a lo que tienen en frente. Poco importa entonces donde vives si tienes un smartphone, una conexión a internet decente y, por supuesto, whatsapp (no se te ocurra salir a la calle sin él). No tener internet en el móvil raya casi el analfabetismo, para muchos.

Emigrar ya no tiene atractivo ni exotismo ninguno. ¿Viajar? Miles de viajes se retransmiten en directo por las redes sociales. Si quieres, cuando regresas a Itaca, una empresa te edita tus videos, te endosa una banda sonora y  los convierte en un documental del Discovery Chanel. O más fácil, te bajas la correspondiente aplicación: “Convertir fotos y video amateur en documental”. Lo gracioso es que algunos cuando retornan ya lo han contado todo online.

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Un profesor de religión, bastante cabroncete, pero todo sea dicho cultivado y batallitas, nos explicó con un ejemplo práctico el porqué de los cuatro evangelios (al margen de los apócrifos) del Nuevo Testamento. Cuatro alumnos salieron al pasillo -los futuros cronistas-, mientras el jesuita nos contaba una enésima anécdota. Al terminar la narración, eligió al azar a uno de los alumnos presentes y le dijo a Mengano que le contara la historia a Fulano, esto es, a uno de los del pasillo (San Mateo, digamos). Al cabo de dos minutos San Mateo entró en clase y nos contó su versión de la anécdota. Al poco tiempo otro de los deportados del pasillo entró en escena. Y así, en cadena, hasta que San Marcos, San Lucas y San Juan contaron sus respectivas variantes de la anécdota. El viejo juego del teléfono loco.

El boca oreja, en el actual panorama mediático, se puede condensar en apenas minutos, segundos. Lo que en su tiempo conllevó décadas, hoy es una ráfaga de blackberry. Los relatos se corrompen (y a su vez se homogeneízan) en nuestra era, curiosa contradicción. Todos somos evangelistas en cierto modo.

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Tanto da si la BBC, Deutschlandfunk…, el lugar común ha invadido los medios de comunicación con más solera. ¿Cómo abrir un corte sobre el referéndum escocés? Por supuesto con un tañido de gaitas. ¿Y una historia rural? Campanas y canto de gallo, solo faltaría. Sorprende la originalidad de estos medios a la hora de darnos pista sobre de qué va el tema.

Amigos y conocidos polacos que han estado en España últimamente coinciden en lo mismo: “no se nota la crisis”. No voy a ser yo, que llevo dos años en el extranjero, quién la niegue, pero llevan razón. No se nota el 26% de paro, el 50% del paro juvenil (en toda Europa no hacen más que repetir alarmados ese porcentaje). Los bares están llenos, la gente sigue conduciendo buenos coches y la juventud, sin perspectivas, se lanza a recorrer el mundo de cabo a rabo.

Es cierto que una parte de la sociedad las está pasando canutas. A menudo son los que menos se quejan. Entre los que ponen el grito en el cielo, abundan, no obstante, familias burguesas acomodadas, que simplemente han perdido parte del status que tenían. Entonces, ¿dónde está la terrible crisis, la miseria, que temen encontrar algunos turistas? ¿Dónde va estar? En nuestras tabletas. ¿Dónde está el rechazo de Sochi a los olímpicos gays? ¿Dónde el odio entre rusos y ucranianos? Allí, en nuestros inseparables gadgets, a los que prestamos más atención que a lo que tenemos en frente de las narices. Algún día habrá que aprender a utilizar de nuevo nuestros propios ojos, sin filtros ni mediaciones. A este paso, los profetas de la realidad ampliada se van a quedar ciegos del todo, como sigan tan vendados a sus gafas, a sus pinganillos, a sus ojos táctiles.

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La parte por el todo. El espada para referirse al torero o el astado para referirse al toro. Ejemplos clásicos de metonimia (o sinécdoque, no recuerdo bien), que aprendimos en la escuela. Así funcionan hoy los medios de comunicación. La parte es igual al todo, quién se va a preocupar en comprobarlo. No hay tiempo.

La plaza Maidan para referirse a Kiev, Kiev para referirse a Ucrania. Los medios de comunicación polacos llevan cuatro o cinco meses estancados en Kiev, tanto que a veces cuesta tener información fresca de Polonia – en Bruselas, creo que la moda lleva unos meses de retraso. No pretendo negar que Ucrania no viva actualmente en cierto estado de tensión. De lo que estoy seguro es que antes de que llegara el circo mediático a la céntrica plaza de Kiev, en Ucrania se vivía con más tranquilidad que no ahora. (Por favor no lean esto en clave política, hastiado estoy del debate UE-Putin). Un compañero de Kiev me decía hace dos meses que,  fuera de la plaza Maidan (la versión de los indignados españoles y de las olvidadas primaveras árabes: el mimetismo, del que habla Javier Marías), la vida en Kiev transcurría con plena normalidad.

La cosa cambió cuando empezó a llenarse de corresponsales extranjeros. Encuadres, testimonios, pancartas. Maidan se convirtió de la noche a la mañana en metáfora de Ucrania. ¿Cuántos de los aguerridos periodistas se dignaron a visitar otra ciudad o pasearse por otro barrio de Kiev? Si lo hicieron, no nos lo contaron. Ucrania por unas semanas era Maidan y sólo Maidan. Barricadas, neumáticos, antidisturbios basura, frío e indignación. Ese era para cientos de millones de espectadores y tableteros el retrato del país. Y no precisamente un país pequeño.

Y en esas, llegaron los reporteros y terminaron de encender los ánimos. (Hay que volver a ver El Gran Carnaval). Por si no estuvieron ya encendidos. Los medios son culpables del malestar que logran magnificar en sus páginas, sino inventar a veces. Por suerte la gente está a menudo, en contra de lo que pensamos, muy por encima de políticos y tertulianos sabelotodo. Si tuviéramos que hacer caso a los medios, verbigracia: catalanes independentistas y españoles estarían dándose de tortas a todas horas.

Si algún día eso llegara a suceder, los medios no podrán tener nunca la conciencia tranquila. Ni los unos, ni los otros. Ellos son los que alimentan, no pocas veces, el germen del odio, logrando así atraer visitas a sus webs. La excepción convertida en regla. He aquí la peligrosa tiranía mediática. La perversa metonimia, a la que nadie pretende renunciar. La excepción puede y debe ser noticiable, pero nunca debe venderse como regla, como lo que no es. Un cura homosexual no es sinónimo de que todos los curas sean homosexuales, un gay depravado no es sinónimo de que todos los gays lo sean.

Los medios de hoy, más que nunca, poseen el peligroso don de convertir un rasguño en hemorragia. Y de la hemorragia a la palabra guerra civil, apenas hay un paso. Un par de espeluznantes imágenes, tres testimonios indignadísimos, debidamente seleccionados, y una música tétrica de fondo. La extrapolación ya está servida, la perversa “parte por el todo”. Cierto es que la precariedad periodística, la inmediatez y la falta de tiempo para pensar, no ayudan. Una razón más para ser cauto con los mass media, sus metáforas y metonimias. Esa peligrosa poesía de la inmediatez.

 

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