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Ahora que hasta los monárquicos se apuntan a crucificar al Rey y los arquitectos al star system, que a no pocos les dio de comer en su día, dan ganas de llevar la contraria y hacerse juancarlista y especulador.
Me llamaréis oportunista y tenéis razón. Guardo muy grato recuerdo de la vez que estuve en el Palau de les Arts Reina Sofía. Lo admito, me gustó el edificio de Calatrava, que no tanto el arquitecto. Más aún el Eugeni Oneguin que escuchamos mi amigo Pep y servidor. Ahora quien más quien menos aprovecha para hacer trencadís de las tejas caídas. El viejo cauce del Turia lleva camino de convertirse, y no sin motivo, en metáfora de la barra libre urbanística finisecular. El mundo supercalifragilístico que a tantos dio de comer hasta hace poco y que algunos exportan hoy más allá del Cáucaso y allende del Golfo Pérsico.
Bajo el señuelo de la cultura, el tándem político-promotor-arquitecto de caché sembraron de maravillosos y piripitifláuticos equipamientos nuestro país de punta a punta. Cultura a tanto el metro cuadrado. Nadie duda de la belleza y hasta la necesidad de algunos edificios heredados en dichas fechas. Si es preciso defenderé a nivel estético el Palau de las Arts. En lo que no reparó casi nadie a priori (a posteriori todos somos expertos, ya se sabe) en el porqué de una línea de Metro, que cierra en los meses de verano, (Palma de Mallorca), un Aeropuerto, que se quedó sin pasajeros, si es que los tuvo (varios a elegir); teatros sin programación, polideportivos sin mantenimiento, residenciales sin demanda… Aún estamos a tiempo de que a Barcelona le concedan los Juegos Olímpicos de Invierno. Eso si no se nos adelantan los jeques y tiñen las dunas de blanco.
El sonido reverbera. La reverberación a menudo es al sonido lo que la superinflación al dinero: aire. Hay quien habla incluso de inflación lingüística, las palabras que se repiten mucho acaban perdiendo su significado. Se devalúan hasta que su sentido se desvanece como el eco y sólo nos queda su uso autómata.
El funcionalismo, máxima arquitectónica a priori, ha brillado, brilla de hecho en muchos casos, por su ausencia. El famoso menos es más ha sido adulterado hasta casi darle la vuelta a la premisa: Más es más, que demonios! Está claro que el nivel de hipocresía lingüística de nuestra sociedad está alcanzando niveles insospechados. Ni el más optimista de los sofistas se habría imaginado lograr algún día semejante nivel de relativismo retórico.
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A que les suena la milonga: Ayuntamiento promete nuevo emblema para la ciudad, edificio multifuncional diseñado por arquitecto de prestigio internacional, que transformará su skyline y dinamizará la cultura de la misma atrayendo turismo de calidad. No sé en qué prospecto electoral leí este alarde de originalidad. Pero no se engañen, no hablo esta vez de provincianismo made in Cafeconlechesland. Pongamos que hablo de Hamburgo, paradigma de ciudad moderna, metrópoli de un país serio, destino de no pocos españoles en estos años de éxodo.
Sí, en Alemania se ve que también saben de jugar al monopoly con el dinero público. Si no que se lo pregunten a los vecinos de la Speicherstadt hanseática que llevan con las grúas como telón de fondo va para diez años. La Elbfilharmonie está llamada, o estaba llamada, a ser el nuevo icono de Hamburgo. La cuestión está en saber cuándo. Los más optimistas hablan de 2017. Servidor, un tanto ingenuo y muy germanófilo para estas cosas, quiso consultar hace dos o tres años la temporada de la Elbfilharmonie. No logré encontrar nada. La web estará en construcción, pensé. Me equivoqué lo que estaba en construcción era el edificio. Está en construcción. Que no es poco, visto lo visto.
Repesco del Frankfurtes Allgemeine Zeitung del pasado 7 de enero el artículo Turmbau zu Hamburg en clara alusión a la Torre de Babel. Me limitaré a citar algunos pasajes para que el lector compruebe que en todas partes cuecen habas. “Según las primeras estimaciones fugaces de 2005 el coste del edificio rondaba en torno a los 188 millones de euros. Entretanto los costes totales se han elevado a 866 millones, de los cuales 800 van a costa del contribuyente” (…) “Desde el principio se decantaron por costes muy bajos, que a la postre resultaron del todo insuficientes” (…) “De acuerdo con la situación actual de las obras, la sala de conciertos no se inaugurará antes de 2017, ocho años después de lo previsto”.
El artículo lleva por subtítulo: “Planificación chapucera, adjudicación precipitada, mala organización: La Elbphilharmonie es una pesadilla para el contribuyente de Hamburgo y un ejemplo palmario del fracaso de la política de grandes proyectos”.
Ahora todos sacamos pecho por presumir del famoso “ya lo decía yo” y su pueril réplica “yo lo dije primero”. A los españoles nos gusta ser gregarios, que le vamos hacer. Ahora toca especular, pues todos a especular. Ahora toca criticar a políticos y especuladores, pues venga a dar palos. Todos coincidimos ahora en que lo del Mundial de Qatar es una aberración. ¿Cuántos años hace que conocemos su designación? No hay nada que hacer, la burbuja inmobiliaria se mueve a golpe de Mundial y Olimpiada: Pekín – Londres – Brasil – Río de Janeiro – Rusia – Qatar-…
Y a la vez que criticamos la fórmula, no dudamos en hacer las maletas e instalar el despacho en una cuadragésima planta de Malasia o Hong Kong o Doha. Las personas supuestamente cuerdas ahora estudian chino y ruso porque son economías emergentes, como sigamos abusando de la palabreja, la vamos a devaluar antes de que se devalúe el rublo y el yuan. Tener los pies en la tierra significa ahora tenerlos en un rascacielos. Esta esquizofrenia por criticar la burbuja y vivir de ella no conoce fin. Un síndrome de abstinencia que nos lleva a buscar por doquier un último resquicio de barra libre, la última happy hour. Feliz Qatar 2022!
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