
'Manon Lescaut'. Cortesía Teatro de la Maestranza
El segundo de los títulos propuestos para la actual temporada operística en el coliseo sevillano se prometía un nuevo éxito al venir avalado por la soprano Ainhoa Arteta como protagonista en Manon Lescaut, de Puccini. Sin duda, si esa era la baza principal, la elección fue un acierto. Por desgracia, otras de las decisiones no corrieron tal fortuna.
La puesta en escena, a cargo de Didier Flamand, debilitada por la necesidad de realizar tres intermedios para el cambio de escenario, resultó estática y concebida para otra época; un convencional boceto de teatro burgués igual de empolvado que las pelucas de los personajes que en ella aparecen. Y es que, por extraño que parezca, aún hoy, la escenografía sigue siendo una lacra para la ópera, acrecentada más aún, cuando la ambigüedad se hace patente. Pues para un público mayoritariamente tradicional, combinar tres actos de una concepción pomposa y barroca con un cuarto acto desértico y sin más ornamentación que la iluminación, tan solo puede generar confusión e incomprensión.
Pero a pesar de haber cedido en lo escénico ‒quizás como consecuencia de la tan repetida máxima de abrir el teatro a nuevos públicos‒, donde no se escatimó fue en la elección de las voces. Un elenco encabezado por la soprano Ainhoa Arteta que mantuvo un excelente nivel a lo largo de toda la representación, con un canto elegante, sin florituras y con un vibrato natural comedido. Culminó su actuación con una magnífica “Sola, perduta, abbandonata”, aria que suele incluir en sus recitales y que demuestra los cauces de la evolución de su voz hacia tonos más dramáticos, lo que la ha llevado a convertirse en una soprano de corte pucciniano como demuestra su agenda reciente.
El tenor italiano Walter Fraccaro en el rol del apasionado caballero Des Grieux comenzó algo frío y mantenido en un forte constante, pero fue yendo de menos a más, adquiriendo matices y logrando una notable proyección. Vittorio Vitelli, como el Sargento Lescaut, sorteó hábilmente las dificultades de su personaje y consiguió un fraseo elegante.
El bajo Stefano Palatchi, en el papel de Geronte de Ravoir, se encontró muy a gusto en su personaje, demostrando una considerable técnica y una gran adaptación a lo que su rol requería. Destacable también la actuación del secundario de lujo Andrés Veramendi, como el estudiante Edmondo, que se mostró muy ambicioso en su limitado papel logrando un conmovedor fraseo dentro del estilo de Puccini acrecentado por un timbre y un color envidiables.
Mención especial merecen también los miembros del Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza, tanto las solistas en el Madrigal como el resto de apariciones corales que bajo la mano de Íñigo Sampil demuestran poco a poco su buen hacer y su constante evolución siendo, cada vez más, parte imprescindible en cada uno de los éxitos que se suceden en el mencionado coliseo.
También estuvo acertada la actuación de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla a las órdenes de Pedro Halffter que tuvo una de sus mejores noches. El foso se mostró desequilibrado al comienzo, con una intensidad superior a la de los cantantes, causando una superposición a los mismos. Suerte que dicho error encontró pronta solución. Halffter se mostró acertado en los tempi desde el inicio, demostrando admirablemente la adaptación al repertorio pucciniano, especialmente en el evocador Intermezzo, sin duda el más acertado de los pasajes que anoche se interpretaron.
Quizá esta Manon Lescaut no siente cátedra en Sevilla debido a la importante desigualdad entre escena y música. Por el contrario, tampoco supondrá un bache en la constante carrera del Maestranza como teatro de ópera. Puede verse como uno más de los lastres que está provocando esta crisis en fomento de la mediocridad.