Doce Notas

Una apertura de temporada por todo lo alto en el Maestranza

el paraguero de satie  Una apertura de temporada por todo lo alto en el Maestranza

Escena de Aida. Cortesía Teatro de la Maestranza

Un elenco poco conocido y sin figuras de primer orden no fue excusa para que el público sevillano disfrutara de una grandiosa apertura de la temporada lírica del Teatro de la maestranza. La razón es que cada uno de los innumerables participantes estuvo a la altura de las circunstancias.

La obra elegida, Aida, de Verdi, en una especial producción del Teatre del Liceu de Barcelona, que recuperaba los decorados de Mestres Cabanes (1898-1989), era un puntal seguro sobre que el que comenzar a construir. El escenario del Maestranza, de pequeñas dimensiones para espectaculares producciones, se apreciaba lleno –sin llegar a estar saturado–, simulando un decorado tridimensional, a modo de trampantojo, cuando en realidad lo único que había ante nuestros ojos eran telas pintadas, salidas de la mente de un auténtico maestro.

Pero tal despliegue artístico no habría sido suficiente para arrancar tal multitud de aplausos en un público entregado y ávido de mayor número de producciones líricas, que agradecido supo corresponder como se merece. Una ópera solo se sostiene sobre el escenario cuando el peso es llevado por grandes cantantes. En esta ocasión así fue.

Dmitry Ulyanov (Ramfis), recordado por el público gracias a su reciente aparición en Rigoletto, destacó por encima del resto en un papel que no contiene grandes dificultades pero que necesita de un sonoro timbre en sus oscuros fraseos, ambos atributos logrados con superioridad. Los protagonistas estuvieron a la altura en una noche de estreno y apertura de temporada. Tamara Wilson (Aida) demostró una magnífica soltura en la caracterización del personaje y un dominio total de su voz en los ascensos al agudo y sobreagudo a media voz aunque los descensos al grave le plantearan dificultades que salvó a costa de la sonoridad. Alfred Kim (Radamés) demostró su talento desde el aria de salida y mantuvo el nivel a lo largo de la obra brillando conjuntamente en los dúos con Aida. Tal lucidez vocal se vio ensombrecida por su estatismo en escena, rasgo que podemos extender, en mayor o menor medida, a gran parte del reparto –quizá por exigencias de la escenografía–. Mª Luisa Corbacho (Amneris) derrochó voz en el canto hacia el agudo de las primeras apariciones, donde le era exigida mayor sensualidad. A medida que el rol se volvía más zalamero y suplicante, moviéndose en zonas intermedias, se mostró más comedida. A pesar de ello, salvó con dignidad un papel de extrema dificultad.

Mark S. Doss (Amonasro) se sintió a gusto en el escenario llevando su papel hacia un dramatismo en el que se siente más cómodo en detrimento de los pasajes más líricos que resultaron algo oscuros. Carlo Malinverno (Faraón) resolvió su papel con solvencia a pesar de ser un rol de poca importancia. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, dirigida por Pedro Halffter tuvo momentos en los que el tempo se tornaba demasiado pesante. En todo caso, estuvimos ante un apasionante y bien llevado trabajo musical. El Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza mantuvo el nivel artístico de los solistas, dando esplendor y solemnidad cuando el ambiente musical lo requería. Un auténtico despliegue de efectivos que tuvo su culmen durante el segundo acto en el que coro, ballet y multitud de figurantes se muestran en escena ante la triunfal llegada de las victoriosas tropas egipcias.

El teatro, lleno a rebosar, estalló en complacidos aplausos tanto al final del segundo acto como al final de la ópera, agradeciendo una vez más la posibilidad de tener a su alcance espectáculos de tamaña categoría.

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