La joven soprano, de gira con Giovanni Antonini y el Il Giardino Armonico, no deja de maravillar ya sea sobre el escenario o sobre el altar. La acústica del imponente templo breslavo se le quedó pequeña. En el exterior, mientras unos pocos aguardábamos el aplauso que autoriza el ingreso al rezagado, se podía escuchar a Lezhneva, sino en todo su esplendor, con soberbia nitidez. Mucho más atenuada, de fondo, la Wrocławska Orkiestra Barokowa. Los muros parecen porosos a ciertos timbres.
Lo que más llama la atención de Lezhneva es la dinámica de su voz. Vitalidad es poco. Da igual que el pasaje sea susurrado, las notas llegan al último banco de la iglesia, si es preciso incluso al pórtico de entrada. Si proyectar la voz significa algo de verdad, está claro que la rusa sabe de esto. Aunque fuera sólo para escuchar la propina, valió la pena colarse antes de la pausa del intermedio. Cuando se apagó la última nota, no tardó el respetable en incorporarse.
No dejamos la Iglesia de Swięto Maria Magdalena. Dorota Histova y Le Mystère des Voix Bulgares también tuvieron ocasión de coquetear, y de qué manera, con las crucerías de este templo erigido por el luteranismo, reconvertido al catolicismo tras la guerra y, en esta ocasión reverberado por voces ortodoxas. Esto es Centroeuropa.
Un abanico vocal distinto al uso. Desconocidos compositores búlgaros en el programa, para mí al menos, (Lyondev, Kaufman, Kyurkchyjski) y una curiosa combinación de virtuosismo vocal, no exenta de cacareos burlescos, raudas réplicas y aullidos. Por otra parte, una elaborada escritura polifónica de sorprendentes efectos sonoros. Lejos de la ortodoxia musical al uso, el coro búlgaro eleva el canto tradicional a su expresión más digna. A través tan sólo de la voz, preferentemente femenina (dos zánganos únicamente en la colmena coral), exploran las posibilidades de la acústica. Es ésta su principal aliada para conseguir efectos caleidoscópicos, basado en repeticiones. Secuencias vocales algo hipnóticas bajo el colchón de largas notas pedal. Sobre ésta, una voz o varias voces solistas. Una mezcla de caos y orden no buscado. Orden a partir del barullo. ¿Y de dónde, si no, surgió el contrapunto, sino del galimatías?
Por citar un ejemplo. En el tema Mehmetio de Ivan Spassov la música por un momento no se sabe si deriva hacia la consistencia o hacia al desorden. Entre una aparente disolución de formas y una atenta disciplina repetitiva, logran recrear el sonido de las campanas. Uno creía estar escuchando el lejano tañido exterior de la propia iglesia. Otras veces asemejan cánticos de cortejo. Sonidos de corral, de campo, donde también las voces se superponen, se acoplan y se enconan.
Viaggio in Italia. De Gesualdo a Berio
Antonini barrió para casa en su primer año al timón del prestigioso festival de música sacra polaco. Desde el momento que la vencida edición llevaba por título Viaggio in Italia el director de II Giardino Armonico mostró sus cartas. Muchas cosas buenas y otras mejorables. Entre las más notables la interpretación de los Responsos del Sábado Santo de Carlo Gesualdo a cargo de las Vox Luminis y la atrevida, y a la postre exitosa, clausura, con un programa donde figuraba entre otras obras, la no especialmente concurrida Sinfonía de Luciano Berio.
En la nave de Santa Dorothea pudimos escuchar la mayor revelación sonora del festival. Oteada, más que dirigida, por el belga Lionel Munier el once vocal Vox Luminis hace justicia al porqué de su nombre. Con sus dos metros de envergadura Munier tiene tiempo de cantar su parte y al tiempo regir a base de muecas, leves balanceos y cómplices cejas al aire, a sus compañeros. Así fue en los Responsos de Gesualdo como en el Stabat Mater de Domenico Scarlatti.
A veces uno duda si la obra es bella per se o la hace bella el intérprete. De los Responsos, que servidor no conocía, tiene uno la impresión de que es una música imperecedera, inspirada como pocas, de una belleza insólita, intransferida, sin línea sucesoria. ¿Quién sabe si de haber escuchado la misma obra por otro conjunto habría pensado lo mismo? ¿O de haberla escuchado en otra iglesia o en otro recipiente/soporte sonoro? Sea como fuere, un auténtico placer para los sentidos, este Carlo Gesualdo, este Vox Luminis. Uno de los activos del Wratislavia Cantans es precisamente la posibilidad que ofrece de revisitar o releer obras no excesivamente conocidas, de autores que por lo general sí lo son.
Es el caso también de la Sinfonía para ocho voces y orquesta de Luciano Berio. Debo reconocer que tampoco había escuchado la obra antes, pero me tome la molestia de leer las extensas notas al programa y pude así prepararme mejor para comulgar con una obra a medio camino entre el galimatías y la extravagancia, la metapoética y la metamúsica. La parte solista la asumió uno de los conjuntos a capella más prestigiosos del presente y pasado siglo, The Single Swingers. Rodeando al director holandés Ed Spanjaard y, micrófono en mano, retransmitieron su parte vocal, mientras Spanjaard bregaba con la orquesta, que no es poco. La obra está concebida en cinco movimientos, pero lo más característico es la aparente relación arbitraria entre parte vocal y música instrumental. Mientras los cantantes recitan o describen una situación de orden literaria, la orquesta da forma y destruye formas musicales o las reinventa. Schubert, Beethoven, Ravel o Mahler se asoman por la Sinfonía. Tan rápido como se asoman se esfuman. Mementos en muchos casos. Lapsus lingue musicales.
Lo gracioso del caso es que la obra incorpora una hoja de ruta muy meticulosa, una guía sobre todo alusiva al texto retransmitido-declamado. Paradójicamente la sensación de cierto caos en la orquesta y el coro es por momentos más que notoria. Los Swinger Singer se despidieron en solitario a capella con la famosa Badinerie de Bach, un obsequio bastante más llevadero. Una hora antes el chelista y también compositor Giovanni Sollima había también levantado los ánimos de los más jóvenes. En la primera parte se escuchó el Monumento Musical a Gesualdo de Igor Strawinsky y los Folktales para chelo y orquesta del propio compositor. Sollima ejerció así en su doble faceta de solista y compositor.
Uno tiene la impresión que el público polaco parece mucho más transigente, en lo musical, que el español. La sinfonía de Berio no es precisamente el mejor gancho para cerrar un festival. Pese a ella la Sala de la Filharmonia Wrocławsa estaba a rebosar y gozó, con este atípico colofón, de un eufórico final de fiesta.