Doce Notas

Ante el cierre de Diverdi, una nueva mella en nuestra desdentada vida cultural

notas  Ante el cierre de Diverdi, una nueva mella en nuestra desdentada vida culturalTienda de Diverdi en la calle Santísima Trinidad de Madrid

Con sus 23 años de actividad, Diverdi se había convertido en referencia inexcusable para todo lo relacionado con la discografía clásica. Su núcleo fuerte era la distribución de sellos independientes, lo que merece una referencia que contextualice su importancia.

Tras la eclosión del CD y la desbordante, cuando no irracional explosión económica de los años 80 y 90, la industria se dedicó a jugar a la burbuja financiera. Los sellos importantes se iban comprando unos a otros en un proceso de concentración demencial que redujo el panorama a un puñado de grandes (las Majors) y la consiguiente pérdida de riqueza artística de un sector, el discográfico, que había sustentado todo el negocio de la música clásica en la segunda mitad del siglo XX. En consecuencia, empezaron a proliferar los sellos independientes, demasiado pequeños para interesar a la visión hipertrofiada de los grandes.

La burbuja discográfica

Incluso cuando la burbuja discográfica pinchó y los gigantes se iban desmoronando uno tras otro, los independientes no solo vivían sino que iban aumentando de forma aparentemente a contracorriente de la crisis. Ganaban menos o casi nada, pero eran la manifestación del espíritu aventurero de artistas y gestores que, en lugar de buscar hacerse millonarios, necesitaban al sector discográfico como una herramienta de difusión, cuando no de realización.

Pero los sellos independientes, muchos y a menudo demasiado pequeños, necesitaban un vehículo de comercialización, ya que las grandes superficies de venta tampoco se lo ponían fácil. Diverdi comprendió la importancia de ese sector, así como su riqueza artística. Allí estaban los sellos de música antigua, los de música contemporánea, los más caprichosos artísticamente, los que recogían colecciones históricas, los innovadores… y Diverdi se convirtió en su escaparate español durante dos décadas prodigiosas. Sin burbujas económicas, sin locuras financieras, solo una labor que iba creciendo a la par que parecía que nuestro país se articulaba culturalmente y quizá (pensábamos muchos, ¡ingenuos!) de manera irreversible.

Pero superar crisis acumuladas, una encima de la otra y cada vez más perversas, es tarea de superhéroes de ficción. Y no ha podido ser. Diverdi, además de distribuir, empezó a capitanear proyectos, lanzó un boletín que cada día iba adquiriendo la consistencia de una revista, con firmas solventes y reseñas de novedades, con informaciones progresivamente más sólidas. Su tienda madrileña en la calle Santísima Trinidad (cuyo nombre no ha sido suficiente protección) se había convertido en un lugar de cita, y llegó a gestionar incluso las tiendas del Teatro Real y la del Auditorio Nacional, ambas desaparecidas.

Se podría haber soñado en que la venta por Internet podría haber sido una válvula de salvación; no todo se lo va a comer Amazon. Pero… la realidad es tan tozuda como crítica. Amazon se comerá este pequeño aperitivo de la música clásica y el sector madrileño va a perder una de sus joyas comerciales.

Será bueno que alguien (antes de cerrar la puerta del país al salir el último) haga el inventario de desastres e incluya a esta aventura de comercio cultural. Si las próximas generaciones de españoles tienen el humor y la paciencia de reconstruir el país, este será uno de los ejemplos imprescindibles.

De momento, el aficionado madrileño tiene unas semanas de plazo para comprar barato lo que vaya quedando de un inventario fabuloso.

Amigos de Diverdi, gracias por vuestra dedicación a la causa musical y suerte a cada uno de vosotros en la aventura del naufragio.

 

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