Mucha tinta ha corrido sobre la azarosa y atormentada vida de este personaje –el doble asesinato perpetrado y las causas que lo motivaron–, sobre la cual algunos han querido sustentar su quehacer compositivo, no dejando esto de ser un error. La musicología moderna está intentado arrojar algo de luz sobre este estilo y las posibles causas de un perfil compositivo tan absolutamente innovador y adelantado a su tiempo, sin llegar a conseguir, por el momento, conclusiones reales. No debemos, por ejemplo, olvidar la evidente influencia que algunos maestros del género tuvieron sobre él, como Luzzasco Luzzaschi o Luca Marenzio, quienes ya habían elegido la senda de las audacias armónicas en cierta medida –muy destacado el caso de Marenzio–, que es llevada con Gesualdo a su máxima expresión.
Estamos en 1611, casi al final de la vida de Gesualdo, quien imprime en este, su último libro de madrigales, todo su saber, su expresión interior, lo sombrío, aquello que marcó su vida. Son obvias las referencias textuales al amor, la muerte, el dolor, la belleza, la posesión del ser amado. Estamos ante un despliegue literario de primer orden, textos de una sublimidad y hondura sobrecogedoras, subyugantes podríamos decir. Un claro ejemplo de los afectos barrocos, de los intensos madrigalismos contenidos en su obra –auténtica declaración del expressio verborvm del momento–. Los sentimientos, las escenas, el fluir en la vida del compositor son casi palpables compás a compás, en una obra claramente supeditada al texto –curiosamente todos de autor anónimo–.
En lo estrictamente musical, el despliegue armónico es absolutamente impresionante, milagroso para la época. El dominio del cromatismo es apabullante, mostrándonos la sinuosa senda a transitar, dejando a un lado las extravagancias gratuitas y vacuas. Todo aquí goza de un sentido. Impresiona pararse a escuchar el devenir de los acordes, la fascinante inestabilidad tonal que es provocada de manera tan absolutamente brillante y consciente. El discurso de las voces es todo un muestrario del dominio técnico de las técnicas compositivas del contrapunto, la disonancia, la imitación, la textura polifónica y la resolución armónica, pero sobre todo de la retórica y la puesta en música de las expresiones más intensas del alma humana.
La lectura ante la que nos encontramos, llevada a cabo por ocho de las voces más experimentadas en el repertorio, es sencillamente modélica. La manera en la que el texto es esculpido es un absoluto homenaje a la obra de Gesualdo. La tremenda complejidad de estas obras es salvada con insultante solvencia por La Compagnia del Madrigale, que logra un balance entre las voces, un color específico y buscado con detalle para cada madrigal, en los que esta característica vocal no es sino una extensión de la expresión de la música. El Sesto Libro es sin duda el más complejo y repleto de escollos de la producción de Gesualdo, por lo que supone la verdadera piedra de toque para cualquier conjunto especializado. Desde este punto, esta versión se convierte automáticamente en una referencia. Una visión en la que destaca la búsqueda de la belleza, de la emoción y de la más evidente y desnuda humanidad.
Por lo demás, el disco se completa con una preciosista presentación –made in Glossa– y un rompedor ensayo a cargo de Marco Bizzarini, en el que se desmitifica la figura del Gesualdo atormentado y loco, presentando lo que es en realidad, una figura apasionada, amén de una de las más talentosas en el campo musical de cuantas hayan existido.